3.10.12

Historia 2 - II



No fue fácil sumarla al grupo. Como amateurs de un Club de la Serpiente, nuestros debates eran mucho más reales, pero no por eso, más creíbles. Su Daniel no era una traba, el tipo no quería saber nada con ella y se notaba en sus testimonios, cuando empezó a venir más seguido a la feria con el único fin de conversar conmigo. El escape de un English man a un indio era demasiado plástico; pero las cosas de cuentos sencillos ocurren en la vida. Y sólo se llega a esa conclusión cuando se está solo, en el baño, reflexionando. Aún así, me llevó un mes y medio comentarle de mí, de mis cosas y básicamente del Viaje. Todo ese tiempo fue escuchar atenta o distraídamente sus idas y venidas, sus hombres, sus rasguños, su felicidad, su agonía y todo decorado con palabras dignas de una señorita porteña. En mi caso, las metáforas eran lo mío, y por eso mismo, aproveché el silencio del relato más actual en su acontecer para asomar la cabeza y pasar a mi historia.
No hubo mucho que contar, más que introducirla a los nombres de mis amigos de una forma disimulada y mencionar unas cinco veces: “Sí, pero bueno, ahora en unos meses viajamos y esperemos que todo cambie para bien.” En la quinta vez que lo dije, se le ocurrió preguntarme a dónde íbamos y con qué motivo y quiénes y cómo. Bingo. Vos te vas a venir conmigo, vas a ver. Y fue después de ese mes y medio que empezamos a salir, al principio solos, y el sexo nuevo y las charlas posteriores o el sueño. Después se me ocurrió llevarla a nuestra cueva. Si éramos un club, no éramos de un reptil precisamente… creo que éramos un muy buen mamífero, como un alce o búfalo o buey. Eso, algo así. La llevé y como los perfectos cavernícolas que éramos, la dejamos que se siente al lado de Rudy. Ella y Ernesto todavía no se demostraban afecto frente a nosotros, pero bien los habíamos visto a los besos, de lejos, mientras se compraban un trago en la barra del Nuevo Bar, uno puro rock y rock del bueno.
Hugo la dejó hablar al principio, pero no tardó en ventilar sus ideologías y arrojarlas como dardos en dirección a todos. Éramos una ronda en pequeños futones y luces medio rojas/amarillas. Éramos un grupo de cavernícolas alrededor de una fogata, definitivamente. La cerveza y los estupefacientes en el baño nos llevó a querernos a tal punto que Hugo tiró la iniciativa:
—Venite si querés, Lila. Hay lugar para uno más.
¿Lo había? El auto de Hugo era más o menos grande y nosotros éramos bastante bohemios, un bolsito pequeño cada uno y listo. Pero Lila era el costado burgués. Teníamos unas cinco semanas para transformarla y que se despojara de sus bienes materiales. Esa noche terminamos en lo de Ernesto, que injustamente se fue a dormir con Rudy y quedamos Hugo, Lila y yo. De algo teníamos que hablar.
—El mantenimiento del auto es un bardo, pero se puede, yo creo que tira.
—¿Tan emocionados están por irse?
—¿Qué te parece? –acoté yo –Nos estamos sofocando acá.
—Además, allá está nuestro futuro, la bola de cristal que nos asegura, bah, al menos a mí me asegura, que nos va a ir re bien.
—Gente realmente talentosa triunfando…
—Probando su suerte –corrigió Lila.
—Disculpame querida, pero nosotros vamos a triunfar –le amenazó Hugo.
Y eventualmente, ella se quiso ir a su casa cuando amaneció y yo la acompañé a una remisería. Yo tenía en claro que en el trayecto me iba a decir que Hugo no le caía bien, pero no me dijo nada. Porque ella también tenía en claro que Hugo era mi mejor amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

lo que sea que vayas a decir, gracias.