Me encontré y me odio.
Me conozco demasiado y me odio.
Camino adentro de mi cabeza,
la sala de espera
de un consultorio
del que nunca
me llaman.
El ir y venir tantas veces por el pasillo
hace que me conozca más
y lo odio.
Reconozco cada recoveco
que guarda mugre en mí,
lo odio.
Podría identificar la esencia que
me compone,
mientras miro desesperado
el sitio que hallé,
percatándome
que es precisamente
dónde me encuentro.
Pero no lo voy a hacer,
lo odio.
Odio a ese que está ahí,
lo reconozco,
me está mirando en el espejo.
Y me dice
y le digo:
Te odio.
Morite.
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