Algo así como un ciclo
había terminado.
Menos ropa en nuestros cuerpos
y el sudor en la marquita
que nos hace Dios en los labios
antes de nacer.
Y me dije a mí misma
que el verano me iba a dibujar felicidad.
Me lo dije firme
y un poco triste,
ida de vueltas y el celeste en el ventanal.
Amanecía.
El calor no dibujó más
que el aguita en los pavimentos.
-¿No estamos medio encerrados?
-No, estamos bien acá.
Yo quisiera soltar los corderos...
-Cabras, mi amor, son cabras.
...soltar las cabras
para que su verano sea feliz.
El verde en el ventanal.
La pesadez.
El pino meciéndose de lluvia que venía.
contento.
-Mirá, gordo, afuera hay un viento hermoso...
-Acá estamos mejor.
Hmm, me crucé de brazos.
Mi par de ojos
varados en la pared
gris.
Era la tarde perfecta
para arrojarte besos que dolerían
o pasarme un hielito entre las tetas.
La cabra pateó el turbo
y elegiste el hielo.
-Porque tus calores son los míos.
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