8.5.12

¿Qué es esto? -No sé.

Las persianas de los comercios lentamente bajaban. Cada poste de luz cobraba vida a lo largo de las calles. Hacía un frío horriblemente dulce. Éramos cuatro antes de que caiga el ocaso. No me acuerdo si era jueves, o sábado, lo único. Nuestras narices rosadas, las mejillas blancas. Cristian era el único con guantes, su aliento materializándose en hielo gaseoso al soltar las carcajadas. Un grupo de niños corría adentrándose en un callejón oscuro. Noche peculiar, si existió.
No tenía sentido salir en parejas, ninguno sentía deseos por el otro, ni siquiera cruzándonos; no había onda, no había celos, no había ganas, no había amor. Tampoco creíamos que debía haber amor, pero era un cine, después de todo. La película había sido un embole; embole que canalizamos en charlas-susurros, chistes a los diálogos, minutos de siesta hasta que empezaron los besos. Ariel reposó la mano en mi pierna, yo me senté en posición fetal sobre la butaca, pero en dirección a él. Quería hablarle, conversar de cosas, comer golosinas con él, saltar o bailar... todo al mismo tiempo. Y ahí, en el cine. Y después de que me tomara del rostro y me besara decididamente, supe que lo que realmente quería, era coger.
Nos tomó un tiempo y unas risas silenciosas ver a Miranda y Cristian besándose también. "Ya está, vayámonos a la mierda, total, la película fue gratis."
Y así nos encaminamos a algún lugar que albergue nuestra calentura. Algo interesante, como para variar.
-Mi casa no, está todo enquilombado, no hay lugar para todos -excusó Miri.
Ariel me murmuró al oído.
-Si querés, vamos nosotros a otro lado y los dejamos a ellos.
-Otro lado... -repetí.
-¿Vamos?
-Miri, dejá, vayan ustedes.
Nos separamos como quien dice, G.E.E.P. (Grupo de Estafadores Efectuando su Plan). Yo mantuve a Ariel tibio hasta que nos decidimos por su casa; caminando lentamente, corriendo de a ratos, esquivándole los besos..., siendo una boluda, bah. Lo abrazaba todo el tiempo y le dije muchos chistes hasta que terminé asustándolo porque me senté un momento en la calle.
-¿Qué hacés?
-Me cansé un poco.
-Vení acá, te van a atropellar.
-Es una cortada, Ariel. Bancá un cacho. Sentate, haceme compañía, dale.
Nos quedamos ahí hasta que escuchamos un auto. Él empezó a correr. La garganta se me llenó de hielo hasta que nos encontramos frente a la puerta del edificio.
-¿Piso...?
-Cuatro, querida.
-Hmm, número par.
-Sos más pretenciosa...
La casa era un desastre, era hermosamente caótica. Una copa de vino nos condujo hasta la cama deshecha. Yo tenía sueño, el frío era terrible. Pero el cuerpo de Ariel, era una cosa de no creer. El sexo era mi único remedio (por no agregar que fue genial); me aferré a su torso de una manera casi insectívora, y ahí me quedé hasta que no hubo más frío. Que fue la mañana siguiente.
-Uh... Ariel, ¿qué hora es?
-Y, más o menos las siete -me hablaba con desdén, vistiéndose al pie de la cama.
-La puta madre...