29.6.12

IX

Creo que sonrió, o le pasó un fantasma por la cara, pero lo vi decirle algo más al pochoclero y volver con los niños. De cuando en cuando ojeaba para mi lado. Me quedé ahí, en el cantero hasta que se hicieron las cinco y pico. Lo vi depedirse de algunos niños y llevar a otros de la mano en dirección opuesta a la mía. Entonces me levanté y crucé hasta la plaza. Él se alejaba entre trotes y saltitos. Lo seguí. Y eventualmente lo observé depositar a cada niño en su respectivo hogar, por dos cuadras. Algunas madres le metieron charla, otras le dieron algo que yo supuse sería dinero. Por último, se quedó solo y caminó con la cabeza gacha, volviendo. Se iba a cruzar conmigo. No lo evité. Cuando estábamos a un metro de distancia, levantó la cabeza. Y le vi la cara a la luz del atardecer húmedo.
-Xiu.
-...Úrsula, ¿no?
-Sí.
-¿Vivís por acá?
-No... -inventá algo -, pero vengo a merendar acá los domingos.
-¿Ya merendaste?
-No.
-Uf, buenísimo, muero de hambre, vení, acompañame al quiosco.
Se compró mil porquerías. Fuimos a la plaza nuevamente. Sus ojos fueron lo primero que me voló la cabeza. Quizá una especie de profundidad que yo nunca había alcanzado, un insecto brilloso reflejándose en su iris como promesas de una vida alegre y provechosa, se me ocurrieron tantas ideas y sueños barajados en besos intermedios, lejos de un nivel alto de fobia social. Pero los párpados estaban a media asta, me prometían cosas, cosas que de las que yo quería sacar ventaja, futuras charlas entre ventanas contiguas y amaneceres compartidos. Ya lo había arruinado varias veces y él..., pero él... otra cosa. Indagué, entonces. Pregunté hundiéndome en la profundidad abismal-ocular; acción que me hizo entornar los ojos, vagabundear por tales pasillos mentales y sostener el cigarro en la mano hábil, en alto, sugestiva. Los dos estábamos en la misma posición.
-¿Vivís en la plaza?
-No.
-¿Tenés novia?
Hizo un gesto de desconcierto que creyó disimular y corrió la vista a un costado, como cerciorándose de que todo era real y su momento de delirio se agudizaba: ahora yo también estaba jugando y desde varios ángulos. Volvió los ojos a mí:
-No.
-¿Tenías?
-No -se calmó. Su expresión se mantuvo inquisidora -. ¿Vos?
-No. Pero tenía. Tuve.
-¿Hace mucho?
-Un año.
Se acomodó más cerca para comentarme algo en secreto: -Y decime... ¿no te encantaría omitir esas preguntas e ir de lleno a lo que querés preguntarme hace rato?
Desaprobé su cuestión con una mueca superada.
-Vamos bien así. No son preguntas boomerang, igual. No tenés que preguntármelas a mí.
-Pero así no te conocería -se sonrió.
-¿Y vos no tenés ninguna pregunta directa que hacerme?
-Por supuesto -apagó el cigarro. Miró a su alrededor y se puso de pie -. Esperame. Voy al baño y vuelvo.
Entró en un bar donde aparentemente lo conocían. Desapareció en un pasillo. Lo esperé, naturalmente. El cielo se estaba nublando. Estiré las piernas y miré a la gente. Pensé un rato bastante largo. Ninguno de ellos me conocía, pero a él quizás sí, porque... ¿quién era él después de todo? "Ese muchacho de ojos de lluvia que desea mucho, posiblemente todo lo que exista." ¿Quién era él después de todo...? "Buen pibe, medio calentón pero perro que ladra no muerde, viste..." "Ay, un divino, un dulce, le encantan los nenes, un tierno." "Un hijo de puta, violento como él solo, ansioso y con una sed de vida insaciable." "No, pero es un gay macanudo, a veces sale y hace desastres, pero..."
Salió del bar. Caminaba tranquilo, dando los pasos de capo y de vejiga vacía. Una vez cerca mío, habló:
-Qué seria que estás.
-Me imaginaba cosas.
-¿Fantaseabas?
-Quizás. Me imaginaba quién eras.
-Xiu, un gusto -me saludó de mano -. Hombre, 24 años; uno ochenta y nueve, cincuenta y nueve kilos...
-¿Te estás vendiendo?
-Me estoy presentando. Por lo visto no alcanza que saludes y digas "me llamo así."
-No. No me alcanza.
-¿Tanto me querés conocer?
-No sé. Me intrigás. Vos a mí no, por lo que oigo.
-Al contrario. Pero para conocerte más, prefiero observarte.
Me puse de pie y giré sobre mi eje. Me volví a sentar.
-¿Qué pudiste averigüar?
-Mujer, esbelta, estatura normal, pelo castaño oscuro, flequillo, ¿veinti...dós?
-Tres.
-Veintitrés... bastante bonita.
-Gracias. ¿Por qué la máscara?
-Distinción de centinela, ya te conté una vez. Ayuda a atraer a las hembras.
-Pensé que estabas perdido de sidra.
-Estaba. Pero me acuerdo. Me acuerdo también que me arañaste.
-Yo no te arañé.
-Entonces fue la arpía de Wykkë.
Le iba a preguntar quién era y entonces me di cuenta de que la estaba flasheando de nuevo. Para qué, estaba cansada. Tenía razón, le hubiera preguntado de una. Aunque viendo sus reacciones ante mis palabras, quizás con tal de hacerse el raro saltaría con otra cosa; o con tal de no romperme el corazón con el rechazo le daría vueltas al tema por unas cuantas horas. De todas formas, me estaba aburriendo. Ya quería tirarme encima de él y que me muestre su casa; Xiu, nombre de estornudo, nombre llamativamente llamativo. Permaneció con los ojos entornados por todo el resto del anochecer. Y una sonrisa de costado que me hizo preguntarle...
-Flaco, ¿dónde estuviste toda mi vida?

22.6.12

VIII

Miraba al frente, a lo que parecía en realidad, un horizonte imaginario. No parecía tener frío. Los ojos vidriosos, una gran bufanda azul en el cuello y la máscara apuntando hacia arriba.
-No sabés, querida, lo que tuve que... -corrió la vista al costado. Me vio. -¿Te puedo ayudar en algo?
-¿Trabajás acá?
-Sí, vigilo el perímetro, que esté todo en orden. Ahora, me gustaría saber qué la trae a mi garita.
-No se ve a un perro vigilante todos los días.
-Lobo. Lo-bo. Y la piel la conseguí en una batalla. Un centinela tiene que llevar algo que lo distinga.
Inevitablemente, incliné la cabeza como los papagayos o los perros. Y un espiral interno que se volvió una sonrisa me cosquilleó las ideas. En esto yo me movía como pez en el agua. Había que resucitarlo. Y era el momento indicado. Me acomodé enfrente suyo porque le dije que quería hablar de negocios. Mi gente -así le dije-, se encargaría ahora de supervisar las manzanas que rodearan su perímetro. Nadie se entrometería en la zona de ninguno, pero le advertí para que no se sorprendiera de ver a mis agentes rodeándolo. Me pareció justo, avisarle; leal, de colegas.
-¿Colegas? No, yo no confío en nadie... no al menos desde aquella vez, en la tribu.
Entonces él era primitivo y yo ciencia ficción. Ibamos mal, o nos complementaríamos. Yo tenía sueño, él parecía de la filosofía de "dormir es una pérdida de tiempo".
-Creemos que corre un gran peligro acá solo. Por eso decidimos rodear la zona. Nuestros agentes son entrenados, con métodos de defensa de última generación.
-Pf, esas cosas no sirven, por más que las armas se vayan implementando y mejorando... hay gente que sigue errándole y hay disparos que duelen en vano.
-De verdad, se va a sentir más seguro.
-Me las arreglo bien solo.
-Ya lo creo, de no ser así, no estaría aquí ahora. No estaríamos hablando.
-¿Gusta un poco de sidra?
Sacó una botella de su costado derecho.
-Bien, ¿con qué centinela tengo el agrado de conversar?
-Xiu. -me preguntó mi nombre con los ojos. Intenté inventar algo. No pude.
-Úrsula.
Nos quedamos así, de delirio en delirio hasta que amaneció. Silvia me había dicho el viernes, antes de cerrar, que abriría a la mañana nomás. Entonces tuve que despedirme de Xiu.
-Bueno, mis agentes andarán por estos pagos el próximo viernes, a partir de las cien.
-Fantástico. La tribu esperará con ansias hasta la fecha.
Me levanté despacio, me sacudí la arena. Me tomé el colectivo y llegué a casa cansada, contenta, exhausta, no sé. Me lavé la cara, me bañé, perfumé y así como así me fui a trabajar.
Ese domingo lo aproveché para recorrer los pagos de Xiu. Más que nada por la plaza. Vi muchos niños, correr y echar gritos de alegría. Pero no lo encontré. Entonces se me ocurrió sentarme frente a la plaza, en un cantero. Saqué un pucho, observé mi periferia. A mi izquierda, un tipo vendiendo pochoclos. A mi derecha, un quiosco de la mano de enfrente.
Entonces lo vi. La máscara de perro, quiero decir, lobo. La tenía puesta. La misma bufanda azul... llevaba una mochila, y... y... algunos niños de la mano. Estaba comprando algo; golosinas, seguramente. Después lo vi avanzar en dirección a mí y cruzar para la plaza. Lo vi repartir las golosinas entre los niños que lo acompañaban y otros. Uno de ellos vino corriendo. Tendría trece años y un atado de cigarrillos en la mano. Se me acercó y me dijo:
-¿Tenés fuego?
Me sorprendí de lo bizarro que mi domingo estaba siendo y sin ánimos le acerqué el encendedor. Mientras tanto le pregunté:
-¿Conocés al muchacho de la máscara?
-Sí.
-¿Sabés cómo se llama?
-No. Pero le decimos Peter Pan. Está todas las tardes acá. Es niñero, cuida de los pibes más chiquitos.
-¿Los cuida? -ironié señalándole el pucho.
-Ya saben mis viejos -se atajó -. Pero sí, los cuida. Todas las tardes.
Se alejó corriendo y me quedé quieta observándolo correr con los nenes. Al rato se alejó a charlar con un artesano. Se levantó la máscara y revoleando los ojos, me vio.

19.6.12

(VII)

-Patricio, ¿por qué es tan estrafalario todo?
-Porque siempre nos caracterizamos por ser bastante espontáneos, Ursu.
-¿Y no sabés que eso fue lo que hizo que nos peleáramos?
-Lo sé. Pero no quiero entenderlo.
-No puedo tomar esto, está muy frío. -dejé el vaso con la limonada en el piso.
-Levantate.
-¿Para qué?
-No te vas a quedar a vivir acá, Ursu, no podés.
Se alejó del cuarto y caminó a la cocina. Otra vez, el dibujo en su espalda se fue achicando como su torso en la distancia. Me levanté lentamente, me acomodé el pelo. Un pequeño destello que se hizo llamar "costumbre" me obligó a ir al baño, y lavarme la cara; ver por el ventiluz el barrio anochecido, ver en qué había invertido mi día de franco y ver en quién había invertido mi cuerpo: en un garabato pasado, de esos que se hacen para ver si el bolígrafo funciona, y si no arranca la tinta en seguida, se sigue intentando. Y ese papelito en el que se probó la tinta, ya no sirve para nada. Se arruga y se arroja por ahí, se tira. Eso hice con Patricio. Me sirvió para verificar que en el amor soy una forra, y todas esas teorías se comprobaron cuando salí por aquella puerta. Lo puteé en mil velocidades e idiomas, y él, callado, por más que se haya querido hacer el macho américa con la minita de la mesa de al lado, es un nene, tiene veintiseis años y sigue siendo un nene, yo no puedo cuidarlo porque tampoco sirvo mucho para eso; pero qué sé yo, capaz si nos escondemos en un toldito colorido y nos abrazamos hasta que calle la lluvia...
-¿Qué vas a hacer?
-Irme.
-¿En colectivo?
-¿En qué, sino?
-Hace un frío tremendo y vos con esa ropa.
-Si me enfermo, no te voy a echar la culpa.
-...Y te vas, otra vez por esa puerta, fantasmita.-Canturreó.
-Dejá, capaz vuelvo, capaz hasta me traigo un bolso y andá a saber cuándo me echás.
-No vas a volver.
-¿Cómo sabés?
-Porque no podés.
-¿Quién te dijo?
-Bueno, andate. Veremos.
Y llegué a casa con un calor involuntario. Y me bañé. Y pasó una semana y no, no volví. Salí mucho con Ariel, caminamos por muchos lados y nos caminamos en la piel también. Porque era eso, al fin y al cabo. El papelito de prueba. Paula me invitó a conocer a Ramiro, y me cayó muy bien. Pero quién diría que un sábado a altas horas de la madrugada, vagando sola camino a mi casa, me encontraría con un muchacho escondido bajo el tobogán de la plaza, agazapado, seguramente congelándose, con la capucha puesta, fumando un pucho que hacía que se le iluminara la cara por ratitos y sosteniéndolo con las falanges desnudas que asomaban de los mitones. Me acerqué disimuladamente, fui girando hasta quedar atrás de él y entonces lo escuché tararear cosas como "caramelos blandos, hojas de sal, yo bajé del cielo para oírte cantar..."
Fue ahí cuando di la vuelta y me asomé a la sombra del tobogán. Le miré la cara. Tenía una máscara de perro. Y una voz muy dulce.

10.6.12

(VI)

Mientras tanto, en la mente de Úrsula...:
¿Qué hago? ¿Por qué pienso en otoños plasmados en jardines previos a la lluvia? ¿Desde cuándo me levanto del sillón y camino a la cocina, me hago un mate cocido, voy al balcón y miro la siesta vivir? Esto no tiene sentido. Habiendo tantos en el mundo, ¿qué- qué le cuesta a esto tener un sentido? Por más infinitesimal que sea, necesito uno, necesito una dirección, un motivo, otra cosa en qué pensar por favor. Úrsula, vos trabajás, buscá distracción en las prendas de color, miralas cómo giran en la espuma, impregnate el alma de olor a jabón en polvo, que la tarde en casa no es más que polvo de estrellas, que Ariel no es más que un polvo, que Patricio no es más que polvo de amor pasado, viejo. Que el amor no es más que polvo, ergo, sexo y ruina. Entonces, te dispersás y Silvia te dice: "negra, pusiste media carga, ya está de jabón, ey, basta, ¡Úrsula!" Ah, qué, qué pasa, ah esto, perdón, pensé que... nada, dejá. Pero no es mate cocido lo que quiero tomar en el balcón, ni un vaso de agua de la canilla; quiero una súper limonada. Capaz, si me esmero, busco en la heladera... Pero no, porque así no funciona, debería ser otra cosa, debería... a la mierda la moral, ¿no? Ya está todo defasado, ya no quedan más que escombros de lo que fue mi equilibrio mental. Mirá, hacé una cosa...: esto. Lo que está mal, es decir, ¿no? Claro, bueno, dale, hacelo, total, no pasa nada, nadie está acá para decirte "no, Úrsula, no". Entonces, ¿qué importa? Eso, agarrá el montgomery. Agarrá las llaves. Plata, monedas. Dale, salí. Bueno, ahora andá a la verdulería, eso, comprá unos limones lindos. Ahora guardalos en la cartera o algo así. Tomate ese bondi. No, el viaje no importa. Bueno, ya llegaste. Sabés cuántas cuadras son, sabés para qué lado, si izquierda o derecha, si de la mano de enfrente o aquella, si 1901 o 1109 o 1910 o 9001 o 9100 o etcétera. Sabés. Punto. Andá y tocá el timbre. Le vas a dar la carta inútil que casualmente decidiste guardar en un sobre mientras reflexionabas. Soy yo, Úrsula. Ay pero qué rápido abriste la puerta, Patricio. Tomá, te escribí una carta. Y traje limones, para hacer limonada.
-Úrsula, hacen seis grados. -Uh, cierto que tenías esa voz tan... tuya.
-¿Y?
-No vivimos en Huston, no es verano.
¿Por qué de repente yo estoy enamoradísima de vos y vos ni bola...? Debés estar sobrio. Entramos. Me acuerdo del ruido a lluvia constante que tienen los pasillos y la escalera. El ascensor que nunca te funcionó, las canastas en los rincones, piletas de lavadero en el último piso. Uf, la puerta del 6º C. ¿Qué pasó acá? Está todo ordenado.
-Te conté que se me jodieron todos los VHS, ¿no?
-Sí. Lo leí.
-Bueno, se me ocurrió pegarlos unos sobre otros y armar una mesita para el teléfono. Y bueno, entre bricollage y pegamento y aerosol, se me ocurrió ordenar un poquito, viste.
-Veo, veo. -eché una ojeada al lugar, pero inevitablemente terminé en sus ojos -Bueno, ¿hacemos té, algo?
-¿El amor?
Silencio.
-No, mentira, te estoy jodiendo, ey, era un chiste. ¿No querés hacer las limonadas?
-No. Eso fue una excusa para salir de casa. Cualquier cosa compraba los limones y me volvía. Pero me acordé que vos eras tan excelente para esto. Y ahora que sé que seguís vivo y vivís en el mismo lugar, bueno, se me ocurrió venir.
-Como si nada hubiera pasado. Como si ese año que no nos vimos no hubiera pasado. Fue un fin de semana, nada más. Fue un viaje de negocios. Como si esa peleíta estúpida, porque fue estúpida, nunca hubiera ocurrido, ni vos me hubieras puteado en mil velocidades e idiomas por pelotudeces y yo no me hubiera entristecido los meses posteriores, hubiera tardado tanto en recomponerme... al pedo, porque después te recordé de nuevo y, todo abajo, flaca, porque te extraño.
Sonreí.
-Patricio, no nos queríamos igual. Eso pasaba. Nos habíamos cansado.
-Pero ahora yo te extraño.
-Y yo vine acá, porque... porque es recíproco.
Se me acercó y no hubo piel que haya quedado sin besar y sin tocar. Los pequeños pliegues que se generan en el cuello cuando se gira para un costado y para atrás, pero la mano tibia de Patricio me sostiene la cabeza y su barbita acariciable me recorre la pera, la garganta, la clavícula. ¿Por qué? ¿Por qué dejás una llamita ardiendo en cada beso? ¿Por qué no siento frío? ¿Por qué de repente estamos en tu cama? No sé cómo llegamos a enredarnos y sacarnos la ropa al mismo tiempo. No sé, pero entre tus manos, mis costillas.
-Ursu, te vas a caer.
Y esa fue la excusa para cambiar porque yo estaba incómoda para coger. Y vos, vago, cómodo príncipe, te tiraste para atrás. Y al rato, a la media hora, habrá sido, te levantaste a preparar las limonadas.

7.6.12

(V)

Me levanté de la cama, le eché una ojeada a la carta inútil, vi la letra desastrosa y la hice un bollo. La dejé sobre la mesa de luz. Quizás... quizás lo mismo hizo Patricio, la arrugó, planeó tirarla a la basura y al final decidió meterla en un sobre papel madera y mandármela por correo. Pero no, porque no tenía ningún sello, ninguna estampilla. Vamos, Úrsula, él vive en otro barrio, no en otro país. Todavía le gustás, cuando está borracho le gustás, aprovechó el tambaleo para salir de su casa, tomarse algún bondi y venirse hasta acá, mandar el sobrecito por abajo de la puerta; Paula quizás fue, le abrió antes de irse a lo de Ramiro, Ramón, Rodrigo... ¿cómo era que se llamaba? Bueno, ese. Antes de salir, habrá sonado el timbre, ella poniéndose perfume y calzándose el tapado verde, sacudiendo la bufanda. Ese tapado que en un principio fue mío, porque estábamos en esa feria americana y ella se quedaba sin plata, y mirá, mirá qué lindo, es de paño; ¿cuánto sale? Uh, no me alcanza. No te hagas drama, yo lo pago, es divino.
-Te llegó una carta, ¿la leíste?
-No me hagas acordar, Paula. Vos le abriste la puerta, ¿no?
-Lo vi abajo, en la puerta. Cagándose de frío. Me dio una pena bárbara. Me pasó el sobre, me dijo un par de cosas que no me acuerdo. Subí y lo pasé por abajo de la puerta, no tenía ganas de volver a abrir.
-¿Por qué te dio pena?
-Ursu, vos sabés...
-¿Qué?
-Está barbudo, flaquísimo. Todavía usa ese cárdigan verdoso y el sobretodo negro. Le vi un par de diarios abajo del brazo.
-Ah... los diarios.
-Quiere volver, ¿no?
-Shh, no. Bah, sí, quiere, pero yo no.
-¿Por qué?
-Paula, vos sabés.
No hablé más, me dolían las palabras. Porque ese tapado en un principio fue mío, pero nada me importó cuando mencionó el cárdigan verdoso y los diarios. Yo lo conocía tan bien... Patricio fue mi hogar y los dos fuimos un terreno transitado por transportes pesados, como un tren de carga. Los pantalones de carga, en cuyos bolsillos escondíamos piedritas para arrojárselas a la nada misma de San Pedro. Y porque nos queríamos tanto, nos prestábamos el montgomery y él usaba mis polleras y yo sus camisas. Enfermos los dos, Júpiter y alguno de sus satélites. No era fácil recordarlo en ese momento. Tres días, tres días pasaron lenta y lesivamente. Paula vivió en lo de su R... Yo hablé con Ariel.
-¿Qué hacés?
-Me retuerzo de la nostalgia. ¿Vos?
-Puse la pava para hacerme un té.
-¿Estás ocupadísimo?
-No.
-¿Querés que me trepe a un banquito para alcanzarte la taza?
-Ya está al lado de la cocina.
-Ah...
-Si querés, la vuelvo a guardar en un lugar alto.
Y fueron cuatro tipos de infusiones diferentes las que tomamos esa tarde. Fuimos a caminar. En un paso sincronizado, respirando con la boca por momentos, hasta que se nos generó agua en la nariz. Después de verlo a Ariel rascarse la cabeza y volver a hundir la mano en el gabán, se me ocurrió preguntarle:
-¿Tenés alguna ex que quiera volver con vos?
-Sí, como seis.
-¿Volverías con alguna?
-Volvería con la única que no quiere volver conmigo. Porque soy re malo, y también soy un idiota... ¿Hay algún buitre que quiera seguir picoteándote?
-Sí.
-¿Vas a volver con él?
-No sé. Es que no me acuerdo cómo terminaron las cosas o porqué terminaron.
-Volvé entonces. Y cuando te acuerdes, andate.
Caminamos de vuelta por el lado de la avenida. Y nos metimos en un Sacoa.

1.6.12

(IV)

Patricio... uf, dejó de hacer frío. Aproveché ese estado para cambiarme rápido, desayunar té frío y salir al trabajo. Fue increíble, me paseaba con el canasto lleno o vacío, separando la ropa o viéndola girar en la lavadora sin dejar de pensar en él. "Sos una idiota, sos una caradura, Úrsula, tené piedad."
Llegué a las ocho a casa. Ignoré a Paula que me habló de un tal Ramiro y Recoleta y erres varias, fui derecho a la mesa de luz, donde había guardado la carta. Se me ocurrió buscar una hoja y una lapicera. Se me ocurrió nomás. Tenía que dejar todos esos pensamientos en alguna parte.

Pato... Patricio... P......:
¿Cómo te conocí, Patricio? ¿Te conocí, realmente? Ah, fue en esa reunión, Cristian nos juntó a todos en su casa para que lo escuchemos silbar. Ya me acuerdo. Fanático del vino, Patricio. Ibas y venías con la botella por toda la cocina, la dejabas al lado del horno y al rato la volvías a abrazar. Se te ocurrió sentarte al lado mío en el sillón de gamuza marrón.
-Me llamo Patricio.
-Ah...
-Vivo acá, a dos cuadras, para el lado de las vías.
Y siempre fuiste una vía, que los dos costeamos de la mano. ¿Te acordás? Y yo ilusa contesté "ah" sin saber que me ibas a proponer:
-¿Querés venir? Tengo unos VHS re copados.
¿Y quién diría que esos videítos se volverían nuestra adicción cuando afuera llovía sin parar y nosotros nos estupedecíamos de colores sobre la pantalla y besos sobre nuestras pieles?. Mi torso, sobre tu espalda tatuada. Porque la estufa, el caloventor que tenías al pie de la cama siempre-sin-hacer. Los platos sucios, te debés acordar. No, Patricio, cómo nos queríamos, cómo nos peleábamos. 
Patricio... ¿por qué te dejé?, ¿cuándo te dejé? ¿Fue esa nochecita de verano que corrimos en busca de un toldo colorido para sacar fotos, que vos me empujaste y me dijiste 'puta' y yo te dije '¿Qué?' y te hiciste el boludo pero al rato no me hablaste más y yo te pregunté '¿Qué te pasa, idiota?' y vos saltaste con no-sé-qué-cosa, que yo y otro pibe, que sos una zorra pero por favor...? No, no fue esa nochesita, porque al rato estábamos viendo dibujos animados en el comedor de tu casa, comiendo porquerías y expresándonos amor con la boca llena. Entonces, ¿cuándo fue? Me parece que los portazos ocurrieron cuando no sabíamos porqué hacíamos el amor y cuando tomaste ese café hirviendo que me dijiste:
-Falta azúcar.
Y te lo acerqué.
-No... falta azúcar en esto, en nuestro amor.
Y yo me quedé callada. Aunque al rato mascullaste:
-Aunque a decir verdad, ya ni siquiera hay amor.
Porque la noche anterior fuimos a ese bar tan llamativamente oscuro en San Telmo; y te vi, porque te vi (hijodeputa) mirando a esa minita y sonriéndole. Y qué casualidad, que después vos me enganchaste a mí sonriéndole a flaco de la otra mesa y los dos éramos simultáneamente una mentira, un cuaderno anillado del que meses más tarde -si no fue un año- arrancarías una hoja y me escribirías una carta rogándome volver.
Entonces a la mañana siguiente yo busqué una excusa y enojada te mandé a la mierda, agarré el montgomery y cerré la puerta. No dijiste nada. No corriste. Y yo no esperaba nada tuyo. Porque ese flaco de la otra mesa, me invitó a salir. Y no te jodo, la pasé bárbaro. Pero ahora, ¿qué pasa? Querés que vuelva. Querés, eso querés, Patricio. Pero la verdad, es que yo nunca me fui.

Estoy acá.
Úrsula.