7.6.12

(V)

Me levanté de la cama, le eché una ojeada a la carta inútil, vi la letra desastrosa y la hice un bollo. La dejé sobre la mesa de luz. Quizás... quizás lo mismo hizo Patricio, la arrugó, planeó tirarla a la basura y al final decidió meterla en un sobre papel madera y mandármela por correo. Pero no, porque no tenía ningún sello, ninguna estampilla. Vamos, Úrsula, él vive en otro barrio, no en otro país. Todavía le gustás, cuando está borracho le gustás, aprovechó el tambaleo para salir de su casa, tomarse algún bondi y venirse hasta acá, mandar el sobrecito por abajo de la puerta; Paula quizás fue, le abrió antes de irse a lo de Ramiro, Ramón, Rodrigo... ¿cómo era que se llamaba? Bueno, ese. Antes de salir, habrá sonado el timbre, ella poniéndose perfume y calzándose el tapado verde, sacudiendo la bufanda. Ese tapado que en un principio fue mío, porque estábamos en esa feria americana y ella se quedaba sin plata, y mirá, mirá qué lindo, es de paño; ¿cuánto sale? Uh, no me alcanza. No te hagas drama, yo lo pago, es divino.
-Te llegó una carta, ¿la leíste?
-No me hagas acordar, Paula. Vos le abriste la puerta, ¿no?
-Lo vi abajo, en la puerta. Cagándose de frío. Me dio una pena bárbara. Me pasó el sobre, me dijo un par de cosas que no me acuerdo. Subí y lo pasé por abajo de la puerta, no tenía ganas de volver a abrir.
-¿Por qué te dio pena?
-Ursu, vos sabés...
-¿Qué?
-Está barbudo, flaquísimo. Todavía usa ese cárdigan verdoso y el sobretodo negro. Le vi un par de diarios abajo del brazo.
-Ah... los diarios.
-Quiere volver, ¿no?
-Shh, no. Bah, sí, quiere, pero yo no.
-¿Por qué?
-Paula, vos sabés.
No hablé más, me dolían las palabras. Porque ese tapado en un principio fue mío, pero nada me importó cuando mencionó el cárdigan verdoso y los diarios. Yo lo conocía tan bien... Patricio fue mi hogar y los dos fuimos un terreno transitado por transportes pesados, como un tren de carga. Los pantalones de carga, en cuyos bolsillos escondíamos piedritas para arrojárselas a la nada misma de San Pedro. Y porque nos queríamos tanto, nos prestábamos el montgomery y él usaba mis polleras y yo sus camisas. Enfermos los dos, Júpiter y alguno de sus satélites. No era fácil recordarlo en ese momento. Tres días, tres días pasaron lenta y lesivamente. Paula vivió en lo de su R... Yo hablé con Ariel.
-¿Qué hacés?
-Me retuerzo de la nostalgia. ¿Vos?
-Puse la pava para hacerme un té.
-¿Estás ocupadísimo?
-No.
-¿Querés que me trepe a un banquito para alcanzarte la taza?
-Ya está al lado de la cocina.
-Ah...
-Si querés, la vuelvo a guardar en un lugar alto.
Y fueron cuatro tipos de infusiones diferentes las que tomamos esa tarde. Fuimos a caminar. En un paso sincronizado, respirando con la boca por momentos, hasta que se nos generó agua en la nariz. Después de verlo a Ariel rascarse la cabeza y volver a hundir la mano en el gabán, se me ocurrió preguntarle:
-¿Tenés alguna ex que quiera volver con vos?
-Sí, como seis.
-¿Volverías con alguna?
-Volvería con la única que no quiere volver conmigo. Porque soy re malo, y también soy un idiota... ¿Hay algún buitre que quiera seguir picoteándote?
-Sí.
-¿Vas a volver con él?
-No sé. Es que no me acuerdo cómo terminaron las cosas o porqué terminaron.
-Volvé entonces. Y cuando te acuerdes, andate.
Caminamos de vuelta por el lado de la avenida. Y nos metimos en un Sacoa.

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