10.6.12

(VI)

Mientras tanto, en la mente de Úrsula...:
¿Qué hago? ¿Por qué pienso en otoños plasmados en jardines previos a la lluvia? ¿Desde cuándo me levanto del sillón y camino a la cocina, me hago un mate cocido, voy al balcón y miro la siesta vivir? Esto no tiene sentido. Habiendo tantos en el mundo, ¿qué- qué le cuesta a esto tener un sentido? Por más infinitesimal que sea, necesito uno, necesito una dirección, un motivo, otra cosa en qué pensar por favor. Úrsula, vos trabajás, buscá distracción en las prendas de color, miralas cómo giran en la espuma, impregnate el alma de olor a jabón en polvo, que la tarde en casa no es más que polvo de estrellas, que Ariel no es más que un polvo, que Patricio no es más que polvo de amor pasado, viejo. Que el amor no es más que polvo, ergo, sexo y ruina. Entonces, te dispersás y Silvia te dice: "negra, pusiste media carga, ya está de jabón, ey, basta, ¡Úrsula!" Ah, qué, qué pasa, ah esto, perdón, pensé que... nada, dejá. Pero no es mate cocido lo que quiero tomar en el balcón, ni un vaso de agua de la canilla; quiero una súper limonada. Capaz, si me esmero, busco en la heladera... Pero no, porque así no funciona, debería ser otra cosa, debería... a la mierda la moral, ¿no? Ya está todo defasado, ya no quedan más que escombros de lo que fue mi equilibrio mental. Mirá, hacé una cosa...: esto. Lo que está mal, es decir, ¿no? Claro, bueno, dale, hacelo, total, no pasa nada, nadie está acá para decirte "no, Úrsula, no". Entonces, ¿qué importa? Eso, agarrá el montgomery. Agarrá las llaves. Plata, monedas. Dale, salí. Bueno, ahora andá a la verdulería, eso, comprá unos limones lindos. Ahora guardalos en la cartera o algo así. Tomate ese bondi. No, el viaje no importa. Bueno, ya llegaste. Sabés cuántas cuadras son, sabés para qué lado, si izquierda o derecha, si de la mano de enfrente o aquella, si 1901 o 1109 o 1910 o 9001 o 9100 o etcétera. Sabés. Punto. Andá y tocá el timbre. Le vas a dar la carta inútil que casualmente decidiste guardar en un sobre mientras reflexionabas. Soy yo, Úrsula. Ay pero qué rápido abriste la puerta, Patricio. Tomá, te escribí una carta. Y traje limones, para hacer limonada.
-Úrsula, hacen seis grados. -Uh, cierto que tenías esa voz tan... tuya.
-¿Y?
-No vivimos en Huston, no es verano.
¿Por qué de repente yo estoy enamoradísima de vos y vos ni bola...? Debés estar sobrio. Entramos. Me acuerdo del ruido a lluvia constante que tienen los pasillos y la escalera. El ascensor que nunca te funcionó, las canastas en los rincones, piletas de lavadero en el último piso. Uf, la puerta del 6º C. ¿Qué pasó acá? Está todo ordenado.
-Te conté que se me jodieron todos los VHS, ¿no?
-Sí. Lo leí.
-Bueno, se me ocurrió pegarlos unos sobre otros y armar una mesita para el teléfono. Y bueno, entre bricollage y pegamento y aerosol, se me ocurrió ordenar un poquito, viste.
-Veo, veo. -eché una ojeada al lugar, pero inevitablemente terminé en sus ojos -Bueno, ¿hacemos té, algo?
-¿El amor?
Silencio.
-No, mentira, te estoy jodiendo, ey, era un chiste. ¿No querés hacer las limonadas?
-No. Eso fue una excusa para salir de casa. Cualquier cosa compraba los limones y me volvía. Pero me acordé que vos eras tan excelente para esto. Y ahora que sé que seguís vivo y vivís en el mismo lugar, bueno, se me ocurrió venir.
-Como si nada hubiera pasado. Como si ese año que no nos vimos no hubiera pasado. Fue un fin de semana, nada más. Fue un viaje de negocios. Como si esa peleíta estúpida, porque fue estúpida, nunca hubiera ocurrido, ni vos me hubieras puteado en mil velocidades e idiomas por pelotudeces y yo no me hubiera entristecido los meses posteriores, hubiera tardado tanto en recomponerme... al pedo, porque después te recordé de nuevo y, todo abajo, flaca, porque te extraño.
Sonreí.
-Patricio, no nos queríamos igual. Eso pasaba. Nos habíamos cansado.
-Pero ahora yo te extraño.
-Y yo vine acá, porque... porque es recíproco.
Se me acercó y no hubo piel que haya quedado sin besar y sin tocar. Los pequeños pliegues que se generan en el cuello cuando se gira para un costado y para atrás, pero la mano tibia de Patricio me sostiene la cabeza y su barbita acariciable me recorre la pera, la garganta, la clavícula. ¿Por qué? ¿Por qué dejás una llamita ardiendo en cada beso? ¿Por qué no siento frío? ¿Por qué de repente estamos en tu cama? No sé cómo llegamos a enredarnos y sacarnos la ropa al mismo tiempo. No sé, pero entre tus manos, mis costillas.
-Ursu, te vas a caer.
Y esa fue la excusa para cambiar porque yo estaba incómoda para coger. Y vos, vago, cómodo príncipe, te tiraste para atrás. Y al rato, a la media hora, habrá sido, te levantaste a preparar las limonadas.

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