19.6.12

(VII)

-Patricio, ¿por qué es tan estrafalario todo?
-Porque siempre nos caracterizamos por ser bastante espontáneos, Ursu.
-¿Y no sabés que eso fue lo que hizo que nos peleáramos?
-Lo sé. Pero no quiero entenderlo.
-No puedo tomar esto, está muy frío. -dejé el vaso con la limonada en el piso.
-Levantate.
-¿Para qué?
-No te vas a quedar a vivir acá, Ursu, no podés.
Se alejó del cuarto y caminó a la cocina. Otra vez, el dibujo en su espalda se fue achicando como su torso en la distancia. Me levanté lentamente, me acomodé el pelo. Un pequeño destello que se hizo llamar "costumbre" me obligó a ir al baño, y lavarme la cara; ver por el ventiluz el barrio anochecido, ver en qué había invertido mi día de franco y ver en quién había invertido mi cuerpo: en un garabato pasado, de esos que se hacen para ver si el bolígrafo funciona, y si no arranca la tinta en seguida, se sigue intentando. Y ese papelito en el que se probó la tinta, ya no sirve para nada. Se arruga y se arroja por ahí, se tira. Eso hice con Patricio. Me sirvió para verificar que en el amor soy una forra, y todas esas teorías se comprobaron cuando salí por aquella puerta. Lo puteé en mil velocidades e idiomas, y él, callado, por más que se haya querido hacer el macho américa con la minita de la mesa de al lado, es un nene, tiene veintiseis años y sigue siendo un nene, yo no puedo cuidarlo porque tampoco sirvo mucho para eso; pero qué sé yo, capaz si nos escondemos en un toldito colorido y nos abrazamos hasta que calle la lluvia...
-¿Qué vas a hacer?
-Irme.
-¿En colectivo?
-¿En qué, sino?
-Hace un frío tremendo y vos con esa ropa.
-Si me enfermo, no te voy a echar la culpa.
-...Y te vas, otra vez por esa puerta, fantasmita.-Canturreó.
-Dejá, capaz vuelvo, capaz hasta me traigo un bolso y andá a saber cuándo me echás.
-No vas a volver.
-¿Cómo sabés?
-Porque no podés.
-¿Quién te dijo?
-Bueno, andate. Veremos.
Y llegué a casa con un calor involuntario. Y me bañé. Y pasó una semana y no, no volví. Salí mucho con Ariel, caminamos por muchos lados y nos caminamos en la piel también. Porque era eso, al fin y al cabo. El papelito de prueba. Paula me invitó a conocer a Ramiro, y me cayó muy bien. Pero quién diría que un sábado a altas horas de la madrugada, vagando sola camino a mi casa, me encontraría con un muchacho escondido bajo el tobogán de la plaza, agazapado, seguramente congelándose, con la capucha puesta, fumando un pucho que hacía que se le iluminara la cara por ratitos y sosteniéndolo con las falanges desnudas que asomaban de los mitones. Me acerqué disimuladamente, fui girando hasta quedar atrás de él y entonces lo escuché tararear cosas como "caramelos blandos, hojas de sal, yo bajé del cielo para oírte cantar..."
Fue ahí cuando di la vuelta y me asomé a la sombra del tobogán. Le miré la cara. Tenía una máscara de perro. Y una voz muy dulce.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

lo que sea que vayas a decir, gracias.