3.7.10

Leer

Carta poetiza a mi Gigoló Guido:

Acá hay una librería. Venden ejemplares a un precio cálido;
A veces me siento en un banco de plaza a degustar las diferencias cualitativas de la suerte. Después miro dentro del localsucho y veo todo:
Dos dedos chasquean, a la bolsa y clin-caja. Te recuestan en un lecho de billetes falsos. Te llevan a catedrales, convenciéndote de que todo ese oro merece un fin. Y te fabrican palos y plásticos dañinos. Una palabra sale de una boca y entra en otra. Acá no pasó nada, sigue corriente. Electricidad de los caramelos ácidos.
Vampirismo que danza a la luz de la luna,
Desnudo,
Meciéndose en capas rojas y negras.
Si nos vieras, Gigo, si nos vieras riendo…
El revuelo que se armaría por nuestra culpa.
Verás, todo es muy insensato aquí.
Todos dicen ser honestos mientras cruzan los dedos frente a tus ojos;
Hasta el pelo se les cruza, es increíble.
Oigo a una señora llamar a la mesa a nueve chiquillos, casi una decena, Gigo.
A veces te dicen “Jigou”, ¿no?
Por allá todo es distinto,
No tan cálido como acá.
Hace un rato eran las diez y trece minutos, ahora son y diecinueve.
Seis minutos diciéndote que una vieja gorda tiene nueve hijos.
No sabés lo que extraño la frialdad de la York Nueva, la voz de Thom (de apellido anonadadamente ajustado a ese lugar) me da ganas de estirar los brazos y alcanzarlo, alcanzarte, Guido.
¿Cómo andan las minitas? ¿Fácil el laburo?
Acá todo es complicado, me piden que haga trucos, que me retuerza hacia atrás, que pase mis piernas por delante de mis hombros, que sepa esconder la guita, qué sé yo. Quizá nunca entiendas lo que es la vida mágica que estoy llevando. Porque de ‘mágica’ tiene muy poco, solamente cuando saboreo los caramelos ácidos. Tu recuerdo es muy vívido en esos momentos, te aparecés, todo vestido de tu propia piel (no como Dios de trajo al mundo, porque dios no te trajo al mundo), con una bufanda cruzándote el cuello y en posición de César glorioso.
Qué diría Dafne de todo esto…
Acá trabajo con un chico que le dicen Estambul; nació allá y vivió por mucho tiempo, hasta que un día, su madre murió de un paro mientras tomaba agua tónica. Estambul no quiso volver a ese lugar –que dijo, es horroroso –y se tomó el primer crucerito de morondanga que encontró y partió. Llegó acá cuando tenía 25, o sea que vive acá hace cuatro años (o más, o menos; ese día me lo contó con caramelos, no me acuerdo). Después están Lili y Púa, dos primas equilibristas de no-sé-dónde. Ah, y los adorables Pucho, Cacho y Macho. Son unos trillizos simpatiquísimos. Algún día, cuando te empiece a llenar de postales, posiblemente te envíe una fotografía de todos. Somos bastantes. Estambul es el líder, nos lleva a todos lados, hace semáforo y se gana sus mangos, se para en zancos y saluda a los nenes desde arriba, mientras las madres le sonríen y sueñan con acostarse con él, envidiosas de no tener un marido tan alto y viril como lo es Estambul. Creyendo convertir su sueño en realidad, le tiran unos pesos y le hacen ojitos. Jamás pensé que a sus espectáculos asistieran viejas tan babosas.
También está Cobayo (no me preguntes por qué le dicen así, es una historia novelesca muy larga), hace muchas cosas con los dientes y con la lengua. Lili dice que está loco y que nunca lo besaría, por miedo a que su cavidad bucal fuera alienígena. Aunque yo los vi apretando en un sillón una noche en que me ofrecieron caramelos y les dije que no. En fin…
Hace seis meses que no veo televisión, me resulta extraño pensar en esa caja negra. También me resulta extraño que no estés acá, encadenado a tu New York del orto que me fascina y me hace salivar hasta mojarme la ropa. Estoy usando mucha ropa diferente, Púa la confecciona, tiene una mano con la costura que es una maravilla. Ella me dice que tengo que mostrar las tetas un poco más, pero yo sé que es solamente una excusa para verlas sin sentir culpa, porque me confesó, una noche de dulce o truco, que estaba enamorada de mí. Yo no quise amputarle las esperanzas y le di un beso, y me dejé manosear un poco, con respeto. Púa me dijo, balanceándose entre mis piernas, que hacía mucho que no se sentía así; nunca supe qué me quiso decir con “así”, pero cerré los ojos e incliné mi cabeza para atrás. Después de ahí, no recuerdo más nada, sólo que me desperté en la puerta del departamento.
Tengo una historia tan larga para contarte, Guido, Mi Guidito de colores urbanos, vestido de luces y edificios metálicos; Mi Gigoló que se revuelca con extrañas y les saca la plata. Nunca voy a encontrar un papel lo suficientemente grande como para escribir ahí lo mucho que te amo, Guidín.
Algún día que andes por Hollywood, pasate por México y dale derechito hasta la Argentina, che, que te extraño a rabiar.
Tuya, tuya tuyita, Tunuyán.

Eureka.

1 comentario:

lo que sea que vayas a decir, gracias.