29.6.12

IX

Creo que sonrió, o le pasó un fantasma por la cara, pero lo vi decirle algo más al pochoclero y volver con los niños. De cuando en cuando ojeaba para mi lado. Me quedé ahí, en el cantero hasta que se hicieron las cinco y pico. Lo vi depedirse de algunos niños y llevar a otros de la mano en dirección opuesta a la mía. Entonces me levanté y crucé hasta la plaza. Él se alejaba entre trotes y saltitos. Lo seguí. Y eventualmente lo observé depositar a cada niño en su respectivo hogar, por dos cuadras. Algunas madres le metieron charla, otras le dieron algo que yo supuse sería dinero. Por último, se quedó solo y caminó con la cabeza gacha, volviendo. Se iba a cruzar conmigo. No lo evité. Cuando estábamos a un metro de distancia, levantó la cabeza. Y le vi la cara a la luz del atardecer húmedo.
-Xiu.
-...Úrsula, ¿no?
-Sí.
-¿Vivís por acá?
-No... -inventá algo -, pero vengo a merendar acá los domingos.
-¿Ya merendaste?
-No.
-Uf, buenísimo, muero de hambre, vení, acompañame al quiosco.
Se compró mil porquerías. Fuimos a la plaza nuevamente. Sus ojos fueron lo primero que me voló la cabeza. Quizá una especie de profundidad que yo nunca había alcanzado, un insecto brilloso reflejándose en su iris como promesas de una vida alegre y provechosa, se me ocurrieron tantas ideas y sueños barajados en besos intermedios, lejos de un nivel alto de fobia social. Pero los párpados estaban a media asta, me prometían cosas, cosas que de las que yo quería sacar ventaja, futuras charlas entre ventanas contiguas y amaneceres compartidos. Ya lo había arruinado varias veces y él..., pero él... otra cosa. Indagué, entonces. Pregunté hundiéndome en la profundidad abismal-ocular; acción que me hizo entornar los ojos, vagabundear por tales pasillos mentales y sostener el cigarro en la mano hábil, en alto, sugestiva. Los dos estábamos en la misma posición.
-¿Vivís en la plaza?
-No.
-¿Tenés novia?
Hizo un gesto de desconcierto que creyó disimular y corrió la vista a un costado, como cerciorándose de que todo era real y su momento de delirio se agudizaba: ahora yo también estaba jugando y desde varios ángulos. Volvió los ojos a mí:
-No.
-¿Tenías?
-No -se calmó. Su expresión se mantuvo inquisidora -. ¿Vos?
-No. Pero tenía. Tuve.
-¿Hace mucho?
-Un año.
Se acomodó más cerca para comentarme algo en secreto: -Y decime... ¿no te encantaría omitir esas preguntas e ir de lleno a lo que querés preguntarme hace rato?
Desaprobé su cuestión con una mueca superada.
-Vamos bien así. No son preguntas boomerang, igual. No tenés que preguntármelas a mí.
-Pero así no te conocería -se sonrió.
-¿Y vos no tenés ninguna pregunta directa que hacerme?
-Por supuesto -apagó el cigarro. Miró a su alrededor y se puso de pie -. Esperame. Voy al baño y vuelvo.
Entró en un bar donde aparentemente lo conocían. Desapareció en un pasillo. Lo esperé, naturalmente. El cielo se estaba nublando. Estiré las piernas y miré a la gente. Pensé un rato bastante largo. Ninguno de ellos me conocía, pero a él quizás sí, porque... ¿quién era él después de todo? "Ese muchacho de ojos de lluvia que desea mucho, posiblemente todo lo que exista." ¿Quién era él después de todo...? "Buen pibe, medio calentón pero perro que ladra no muerde, viste..." "Ay, un divino, un dulce, le encantan los nenes, un tierno." "Un hijo de puta, violento como él solo, ansioso y con una sed de vida insaciable." "No, pero es un gay macanudo, a veces sale y hace desastres, pero..."
Salió del bar. Caminaba tranquilo, dando los pasos de capo y de vejiga vacía. Una vez cerca mío, habló:
-Qué seria que estás.
-Me imaginaba cosas.
-¿Fantaseabas?
-Quizás. Me imaginaba quién eras.
-Xiu, un gusto -me saludó de mano -. Hombre, 24 años; uno ochenta y nueve, cincuenta y nueve kilos...
-¿Te estás vendiendo?
-Me estoy presentando. Por lo visto no alcanza que saludes y digas "me llamo así."
-No. No me alcanza.
-¿Tanto me querés conocer?
-No sé. Me intrigás. Vos a mí no, por lo que oigo.
-Al contrario. Pero para conocerte más, prefiero observarte.
Me puse de pie y giré sobre mi eje. Me volví a sentar.
-¿Qué pudiste averigüar?
-Mujer, esbelta, estatura normal, pelo castaño oscuro, flequillo, ¿veinti...dós?
-Tres.
-Veintitrés... bastante bonita.
-Gracias. ¿Por qué la máscara?
-Distinción de centinela, ya te conté una vez. Ayuda a atraer a las hembras.
-Pensé que estabas perdido de sidra.
-Estaba. Pero me acuerdo. Me acuerdo también que me arañaste.
-Yo no te arañé.
-Entonces fue la arpía de Wykkë.
Le iba a preguntar quién era y entonces me di cuenta de que la estaba flasheando de nuevo. Para qué, estaba cansada. Tenía razón, le hubiera preguntado de una. Aunque viendo sus reacciones ante mis palabras, quizás con tal de hacerse el raro saltaría con otra cosa; o con tal de no romperme el corazón con el rechazo le daría vueltas al tema por unas cuantas horas. De todas formas, me estaba aburriendo. Ya quería tirarme encima de él y que me muestre su casa; Xiu, nombre de estornudo, nombre llamativamente llamativo. Permaneció con los ojos entornados por todo el resto del anochecer. Y una sonrisa de costado que me hizo preguntarle...
-Flaco, ¿dónde estuviste toda mi vida?

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