22.6.12

VIII

Miraba al frente, a lo que parecía en realidad, un horizonte imaginario. No parecía tener frío. Los ojos vidriosos, una gran bufanda azul en el cuello y la máscara apuntando hacia arriba.
-No sabés, querida, lo que tuve que... -corrió la vista al costado. Me vio. -¿Te puedo ayudar en algo?
-¿Trabajás acá?
-Sí, vigilo el perímetro, que esté todo en orden. Ahora, me gustaría saber qué la trae a mi garita.
-No se ve a un perro vigilante todos los días.
-Lobo. Lo-bo. Y la piel la conseguí en una batalla. Un centinela tiene que llevar algo que lo distinga.
Inevitablemente, incliné la cabeza como los papagayos o los perros. Y un espiral interno que se volvió una sonrisa me cosquilleó las ideas. En esto yo me movía como pez en el agua. Había que resucitarlo. Y era el momento indicado. Me acomodé enfrente suyo porque le dije que quería hablar de negocios. Mi gente -así le dije-, se encargaría ahora de supervisar las manzanas que rodearan su perímetro. Nadie se entrometería en la zona de ninguno, pero le advertí para que no se sorprendiera de ver a mis agentes rodeándolo. Me pareció justo, avisarle; leal, de colegas.
-¿Colegas? No, yo no confío en nadie... no al menos desde aquella vez, en la tribu.
Entonces él era primitivo y yo ciencia ficción. Ibamos mal, o nos complementaríamos. Yo tenía sueño, él parecía de la filosofía de "dormir es una pérdida de tiempo".
-Creemos que corre un gran peligro acá solo. Por eso decidimos rodear la zona. Nuestros agentes son entrenados, con métodos de defensa de última generación.
-Pf, esas cosas no sirven, por más que las armas se vayan implementando y mejorando... hay gente que sigue errándole y hay disparos que duelen en vano.
-De verdad, se va a sentir más seguro.
-Me las arreglo bien solo.
-Ya lo creo, de no ser así, no estaría aquí ahora. No estaríamos hablando.
-¿Gusta un poco de sidra?
Sacó una botella de su costado derecho.
-Bien, ¿con qué centinela tengo el agrado de conversar?
-Xiu. -me preguntó mi nombre con los ojos. Intenté inventar algo. No pude.
-Úrsula.
Nos quedamos así, de delirio en delirio hasta que amaneció. Silvia me había dicho el viernes, antes de cerrar, que abriría a la mañana nomás. Entonces tuve que despedirme de Xiu.
-Bueno, mis agentes andarán por estos pagos el próximo viernes, a partir de las cien.
-Fantástico. La tribu esperará con ansias hasta la fecha.
Me levanté despacio, me sacudí la arena. Me tomé el colectivo y llegué a casa cansada, contenta, exhausta, no sé. Me lavé la cara, me bañé, perfumé y así como así me fui a trabajar.
Ese domingo lo aproveché para recorrer los pagos de Xiu. Más que nada por la plaza. Vi muchos niños, correr y echar gritos de alegría. Pero no lo encontré. Entonces se me ocurrió sentarme frente a la plaza, en un cantero. Saqué un pucho, observé mi periferia. A mi izquierda, un tipo vendiendo pochoclos. A mi derecha, un quiosco de la mano de enfrente.
Entonces lo vi. La máscara de perro, quiero decir, lobo. La tenía puesta. La misma bufanda azul... llevaba una mochila, y... y... algunos niños de la mano. Estaba comprando algo; golosinas, seguramente. Después lo vi avanzar en dirección a mí y cruzar para la plaza. Lo vi repartir las golosinas entre los niños que lo acompañaban y otros. Uno de ellos vino corriendo. Tendría trece años y un atado de cigarrillos en la mano. Se me acercó y me dijo:
-¿Tenés fuego?
Me sorprendí de lo bizarro que mi domingo estaba siendo y sin ánimos le acerqué el encendedor. Mientras tanto le pregunté:
-¿Conocés al muchacho de la máscara?
-Sí.
-¿Sabés cómo se llama?
-No. Pero le decimos Peter Pan. Está todas las tardes acá. Es niñero, cuida de los pibes más chiquitos.
-¿Los cuida? -ironié señalándole el pucho.
-Ya saben mis viejos -se atajó -. Pero sí, los cuida. Todas las tardes.
Se alejó corriendo y me quedé quieta observándolo correr con los nenes. Al rato se alejó a charlar con un artesano. Se levantó la máscara y revoleando los ojos, me vio.

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