19.8.12

XV

El 133 fue un viaje divertidísimo. Patricio sacó de algún bolsillo interno del saco una pequeña petaquita y oh me, oh my, hacía mucho que no me reía tanto. Recuerdos de las bandas sonoras de los VHS y manosear la montaña de pasado que teníamos él y yo culminando el último tramo del viaje pensando en el después, en el futuro. Le conté de la película berreta que vi una vez con los chicos, le conté de Miranda y Cristian, del tiempo que hacía que no nos reuníamos todos juntos. Los extrañaba. El corazón tambaleó en un precipicio cuando me enteré que Ariel estaría ahí. Negra, cambiemos, seamos de otra nacionalidad, de otros pagos. No sirve que nos besemos como de costumbre, pero tampoco sirve el cambio, si te ponés a pensar. Nos tenemos que bajar ahora, mirá, esa pareja se está peleando, caguémonos de risa. Pum. El cambio del bondi a la calle. El silencio. Ya no hace tanto frío, estamos en agosto. Me gusta que caminemos así, apurados, como si llegáramos tarde. Es que estamos llegando tarde, Úrsula, si no nos hubiéramos demorado tanto en mi casa... Acá es.
-Pero Patricio, esta es la casa de Luján.
-Sí.
-¿Qué hago acá yo?
Se sonrió.
-Patricio, vos sabés que ellos me odian, tienen la peor impresión de mí, dicen que soy la Perra que te dejó el corazón con agujeritos. Ese día estaba borracha y los puteé a todos en una laguna de honestidad brutal. ¿Por qué me trajiste acá?
-¿Te parece, peleas maritales ahora mismo?
Abrieron la puerta. Mi cara: furia eterna. Intenté cambiarla lo más rápido posible. La velocidad suele ser bastante hija de puta. Luján estaba chetísima como siempre: vestidito floreado, las medias azules, zapatitos modernos, el saco mangas 3/4 de hilo verde. Asquerosa, como ella sola. La sonrisa le rajaba la cara, el brillo labial parecía flujo y la mano cruzada en la puerta me aseguraba que no me iba a dejar entrar. Pero la Luján Careta is the shit. Tenía ganas de dialogar con ella.
-Llegaste, Pato. Y trajiste a alguien.
Saludé.
-¿Qué te trae por estos pagos, Úrsula?
¿Qué me trae por tu zona residencial grasa...?
-No sé. Patricio me invitó.
-Me dijiste que podía traer a alguien, no me vas a decir que no ahora. -justificó.
La sonrisa alienígena se tornó forzada. Suspiró profundo y dijo:
-Pasen.
Caminamos ese pasillito de ladrillos a la vista, hasta el patio. Estamos en agosto, pero sigue haciendo frío. Ah, hiciste un quincho en el patio, Luján. Mirá qué lindo. ¿Lo pagó tu papá? Uf, Ariel está tomando una birrita con todos esos. ¿A cuántos hombres invitaste? Seguro las chicas están ocupándose de la cocina, ensaladas y esas cosas. La voy a pasar muy mal. Apenas vea el pasillo libre, me escabullo.
Saludé a todos, no sé cuántos; efectivamente, las minitas estaban poniendo la mesa y sirviendo cosas en platos con escarbadientes y decoraciones burguesas. Todo esto lo compraste en un shopping, te querés hacer la rara, la moderna, Luján y no te sale ni un poquito. Ay, sé tan bien que te criaste en el Conurbano y lo más concheto que conociste en tu adolescencia fue Ramos Mejía. Y odiabas a todos esos en la secundaria, Luján, los odiabas a esos que iban a bailar los jueves, a ver a minitas desnudas y empastillarse. ¿Te pensás que no me acuerdo? Yo era la normal, con el grupo de amigos normales. Ariel estaba ahí, el que salvava todas las materias con siete pero se esforzaba y eso hacía que las profesoras le pongan un ocho. Vos eras la popular que después todos se dieron cuenta, era re falsa. Pero cómo cambiaron los tiempos. Después te empezaste a hablar con Miranda y así con todos nosotros. Un día fuimos a bailar todos juntos. Yo estaba de novia con Patricio. Qué horror, ese día hicimos previa en lo de Cristian. Ese día yo me emborraché y me enojé con todos y los odié y les dije por qué los odiaba. Vos te cagaste de risa, sacaste un par de fotos. Y mi grand finale: Me fui a tomarme un bondi antes de entrar al boliche. Y no aparecí nunca más. Me mandé un par de puteadas hacia el grupo, todos malinterpretaron que dejé a Patricio en las peores condiciones y así pasaron... ¿14 meses, será? Ahora debés estar careteándola para volver a tener amigos "Miren, Lujancita cambió, soy buena ahora. Y tengo plata. Los invito a un asado en casa."
Todos conversaban de cosas políticas, deportivas, hasta biológicas. Yo no me despegué de Patricio.
-¿Qué te pusiste, Úrsula?
-Ah, es una camisa de Patricio, me la prestó.
-Hmm... original...
¡Decí que te da asco, decilo, decí que me odiás, que no querés que esté acá! Decilo por favor, así me puedo ir tranquila. Decilo así el clima se afloja un poco y todos nos sacamos las caretas y nos movemos con mayor tranquilidad. Yo me encargo de que todos me digan la posta y dejen de forzar tanto la sonrisa y el mood todo marcha sobre ruedas. Sabemos muy bien que la situación se tambalea en un monociclo, pobrecita. Dejemos. Podríamos comer en paz así.
Lástima que no me quedé a comer.
-Patricio, me quedé sin puchos.
-Tomá...
-No, me voy a comprar unos.
-Estás loca, el único quiosco está a un montón de cuadras.
-Patricio...
-Ah, te querés ir. Bueno. -me saludó.
-No puedo creer que seas tan careta.
Me levanté a pedirle a Luján que me abra la puerta. Contentísima fue. Ni la saludé. Le dije que iba a comprar puchos.
-Posiblemente no vuelva.
-Mejor, querida.
-Sos una hija de puta, ¿sabés?
Y me fui.

1 comentario:

  1. Como me gustó ese final. No hay que quedarse con las ganas de mandar a la mierda a esa gente.

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