22.9.12

Historia 2 - I



Con Hugo siempre íbamos a emborracharnos en un bar puro reggae. Lo gracioso era que con el tiempo, a los dos nos empezó a molestar esa música, las formas que materializaba en nuestras mentes eran muy amorfas, o se volvían una mina que estaba re buena y con la que había que saciar la libido en el baño. Lo malo es que con los estupefacientes esa mina parecía real y estaba ahí, haciéndonos una paja. Lo malo es que con Hugo siempre íbamos a degradar nuestro espíritu en un bar puro reggae.
Ya teníamos planeado el viaje y los negocios y la plata. Ya teníamos planeado todo. Su auto, él, yo, un bolsito cada uno, lo absurdamente prohibido en otro bolso y la alegría bohemia de sentir el viento en la cara bien latentes en nuestro cerebro. Ese marzo aparecieron Rudy y Ernesto, dos amigos que inevitablemente terminarían de novios y junto con ellos, apareció la rutina amplificada. El bar puro reggae se volvió nuestra base militar, después iríamos a la casa de Ernesto a discutir sobre cosas que en verdad no nos preocupaban; leer filosofía y cosas que sólo haría el Club de la Serpiente. Pero nosotros éramos más amateur y poco creíbles. Porque terminábamos la noche durmiendo en lugares aleatorios o amaneciendo en el balcón que daba directo a Gurruchaga, tomando café o mate o esas cosas. El viaje seguía planeado.
Una noche lo comentamos, entre cerveza y puchos y política. Una noche salió, el tema, lo dijimos tranquilos y al mismo tiempo, acelerados. Porque el plan era una prioridad. Y el plan era el viaje. Entonces/por lo tanto/ergo, el viaje era una prioridad. Lo comentamos esa noche y antes que se genere algún silencio que nos hiciera pasar a otro tema, vino la frase que nos esperábamos y que de alguna forma, queríamos oír.
-¿Van ustedes solos?
Y así, Rudy y Ernesto se sumaron a la prioridad, al plan, al viaje. Fue mucho más sencillo por temas económicos, los dos tenían un trabajo de detestaban pero les daba un sueldo fijo y la suma de dinero era razonable. Solamente fue cuestión de paciencia y conciencia. Vamos, eh, paciencia y conciencia que en unos meses nos vamos. Fue así, la amistad se reforzó muchísimo, ya éramos cuatro y había una chica en el grupo. La ruina, más o menos…
Fue entonces que la vi: abrigada hasta la médula, la nariz rosada sobre una bufanda verde que le tapaba la boca. La mano que asomaba por manga del gabán bordó era pequeña y huesuda, las uñas cortilargas, nudillos limpios con la marca del borde del bolsillo. Se rascó la nuca. Tenía frío. “Lila, se hace tarde” le gritó un hombre. Ella se quedó mirando mis artesanías y me pareció que abrió la boca como para hablar. Pero nada más me miró con ese aire de frases (incluso conversaciones) que quedan inconclusas; y se fue, hundiendo la mano en bolsillo otra vez.
Ese mes, pasó por mi puesto unas seis veces. Algunas, en compañía del hombre-horario que más tarde la oí llamarlo “Daniel”; otras, sola. Pero no me hablaba, solamente contemplaba los trabajos en macramé, perdiéndose entre hilos que van y vienen enredados y luego se iba, dejando un signo de interrogación en el aire, o en mis ojos.
El frío cesó, un buen día, y dejó rayos de sol tibio. Septiembre se desperezaba y la feria celebraba. Ese domingo apareció frente a mi puesto, sola; y sin dudarlo, tomó la pulserita verde y marrón y me dijo:
-Esto.
No sé, la costumbre será, que automáticamente dije “muy bien” y busqué un sobrecito de papel para guardarla. Le dije el precio y sacó un monedero tejido. Entonces la miré fijo y me animé:
-Te decidiste.
-¿Qué? -se ve que le interrumpí algún sueño o recuerdo –Ah…, sí.
-Vi que pasaste varias veces…
-Sí, sí. Priorizaba compras, no más.
Me dio la plata justa.
-Está bien, comprar sin pensar a veces trae frustraciones.
-Claro. Pero esto era necesario, no podía dejarlo pasar.
-Piola –¡¿Qué palabra es esa, Victor?! –. Bueno, ojalá valga la pena.
-Lo vale –Me sonrió -. Gracias.
-No, a vos. –(soyVictor,ungusto).
Se fue sonriendo.

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