8.9.12

XVII (Final)

Era cuasi fantástico el dejar llover las cosas (lo que él y yo considerábamos todo) por medio de cauces humanos, naturales. Hacía tiempo que no filosofaba sobre esas idioteces de qué loco, que tenga que ser así, ¿por qué no procrear y satisfacer la libido pellizcándonos el lóbulo de la oreja reiteradas veces? El morbo era colosal, en esa etapa adolescente mía, era la más morbosa. Y todo eso ya había pasado, con noviecitos viejos pasados-pisados. Era cuasi enfermizo vernos rodar, revolcándonos entre indumentaria de colores propios de la bohemia, porque Xiu siempre había sido un bohemio. La piel estirándose de los huesos de los codos se volvieron un entretenimiento a mi tacto, pero la escena ya era bastante decadente. Opté por ser yo quien se levante primero, y me vestí, lenta o rápidamente, no me acuerdo. Xiu cerró los ojos como para quedarse dormido. Le vi la nuez quieta un momento y retomar la cadencia de la respiración. Qué sé yo, me había enamorado hace rato, la fibra de los brazos fue el detonante, la fibra o los numerosos hilos de colores que le colgaban del cuello, las pulseras o el mismo caos. Entender, de una vez por todas, lo difícil que era volver a caer... volver a levantarse, en realidad. Porque el empujón lo di yo sola, sí, pero para eso siempre se tiene ayuda extra. Y conociéndolo a Xiu, señorito hábil en la maldad; el impertinente forro que va y viene, efímero como él solo, era claro que me iba a ayudar. De mí no quedaba más que una silueta perdida en el hueco del horno, ese fósforo que se arroja una vez usado. De mí no quedaba más que apreciar la imagen de Xiu dormido sobre la ropa y afirmar (y reafirmar, y reafirmar) que él, nunca sería mío.
Me dediqué a inspeccionar más el lugar. Encontrar corpiños de Wykkë, ¿por qué no?, ver si sus cuchillos tienen filo y si los vasos son todos diferentes; buscar fotos, leer algún papel que encuentre por ahí, chequear que en el baño haya bidet y ver si tiene una ducha o una bañera. Esperaba mucha humedad, eso sí. Humedad y polvillo, polvillo y grasa, grasa y etcétera. Revisé la heladera: vino, sidra y restos de comida comprada. Mayonesa, agua en botellitas de gaseosa. Chocolates a medio terminar. Revisé el cuarto: el sommier y la base sin patas, la ausencia de sábanas y telas superpuestas. Más ropa. Cajas. Diarios apilados. Y sí, rastros de Wykkë: un perfume, aros artesanales, algunas polleras largas. No quise indagar más. La tortura en ese caso era un beneficio para los dos: yo me asquearía y me iría. Él podría vivir tranquilo. Enfilé para volver a la montaña textil y seguir contemplándolo dormido. En el marco de la puerta, estaba Xiu, un brazo estirado encorvándole el torso. Costillas visibles.
-Creo que deberías irte, ya.
-Afuera llueve.
-¿Y?
-La otra vez también llovió.
-¿Y?
-Tu crueldad me importa poco, Xiu. Vos no estudiaste para ser hijodeputa. Vos no te encaminaste en una vida trillada... y tampoco fuera de lo común, no me malinterpretes. Vos hacés y deshacés como el tiempo transcurra, como los espacios cambien y como tus manos alcancen a agarrar lo puedan y tus pies te lleven a donde puedan. Es así.
-¿Recién ahora te percataste de eso?
-No, simplemente lo exterioricé.
-Está mal, eso.
-No me interpongo en nada, no sigo tus reglas tampoco. Vos hacés de esto un juego, para no sufrir. El caos te está pellizcando por todas partes y lo sabés, ya se infiltró en tus células, en la superficie cutánea, en tu cerebro y por ende en tus ideas. Ya está adentro tuyo. Lo sabés. Lo sabés tan bien que te fabricaste el mecanismo que confunde a los demás y te confunde a vos, haciendo creer que todo está allá afuera. Que todo tiene una salida de emergencia al costado, bajando un túnel, pegando un saltito. Y te escurrís y desaparecés y acá no pasó nada.
-Es que acá no pasa nada. No te traje para que me analices.
-No me trajiste a ningún lado, Xiu. De todas formas... me dijiste que te gustaba eso.
-Sí, te hace linda. Pero te quemás demasiado rápido, hacelo menos seguido conmigo. Todas esas cosas yo ya las sé, y sé que vos no sos ninguna boluda, Úrsula. La diferencia entre nosotros, es que yo me doy lugar a la intermitencia porque puedo, porque no me afecta.
-No dejás que te afecte. Pero lo hace igual. Es eso, la salida de emergencia.
-¿Qué te hace pensar que me afecta?
-De alguna forma, volviste.
-Vos me dejás volver. Y ahora, si quiero, te puedo echar.
-Y si yo te creo, y lo acepto, no lo vas a hacer.
-No.
-Dejá, me voy yo sola.
No dijo nada, me puse la camisa de Patricio, empecé a bajar las escaleras. Me siguió. Abrió la puerta.
-Mi novia vuelve en dos días.
-Ajá.
-Te encanta ese dato.
-No tanto como quisieras.
Me fui. Me fui a mi casa. Decidí volver a lo que en verdad no extrañaba, pero de lo que hace rato me había alejado. Mi casa. Mis días, mis paredes, mi cama, mi propia cabeza. Paula, Mamá, Lautaro. ¿Cuánto tiempo había pasado? Ni siquiera era el día siguiente, ni siquiera era domingo todavía. Por qué no recordar a Miranda también, Cristian, Ariel y por último a Patricio.
Pero no (eventualmente, sí).
En lugar de volver, en lugar de retomar lo que nunca quise del todo (lo que yo consideraba todo), me quedé sentada en uno de los bancos de la plaza. Me senté y vi el día desperezarse. Me agarró muchísimo frío, en la calle llovía. Y hasta en mi propia mente llovía. En eso, en el... corazón, que le dicen. Si alguien realmente se preocupara por mí, y esto no fuera real, aparecería y yo no lo conocería, pero mi vida sería una maravilla. De todos modos, ¿qué era una maravilla? ¿Vivir felizporsiempre? ¿Esa gilada? Quería dormir, dormir sola; mi cuerpo y nadie/nada más. Quería llegar a mi casa y que todo se arregle. Mi cabeza iba a explotar, lo único en que pensaba era: no quiero, no quiero, quiero que desaparezcas y ya no seas nada. Y yo no te recuerde, que todo sea absoluto, la verdad, los sentimientos, todas esas cosas de las que carezco y me encantaría tener. La voluntad, la inteligencia, la... la felicidad. Pero ya me estaba yendo al carajo. A eso de las seis de la mañana, fui a tomarme el colectivo.
Y volví a casa.
Sabiendo, sabiendo muy bien que ese domingo la efervescencia de mi cabeza cesaría y yo... lo iría a buscar a Xiu. O a Patricio. O a Ariel.
Porque sí, porque la vida misma. Porque Úrsula, porque yo...
Porque el amor. Porque el no amor. Porque todo.

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